¿Y después de la depresión?

Andamos con el ánimo devastado. Tratando de entender cómo lamernos las heridas. Porque son demasiadas. La tormenta ha sido tan larga y feroz que solo nos rodean escombros. No hay un árbol de pie en la faena por la democracia. La dictadura lanza graznidos de victoria. Mientras, sus manos chorrean sangre de venezolanos de todas las edades. El final de este tumultuoso capítulo de protestas que se inició en abril del 2017 exhibe cadáveres demasiado jóvenes, gente herida para siempre y hogares destruidos. Una de sus primeras consecuencias es la nueva y brutal estampida de emigrantes. Muchos con el cuerpo aun lleno de perdigones están hoy armando la maleta del mientras tanto o el más nunca. Deambulan resignados entre el hogar y el pasaporte, con el horizonte tapiado de bombas lacrimógenas. En gran parte de la sociedad civil ondea el humo de la depresión. En los círculos familiares y chats vecinales solo se habla de desánimo y frustración. Sobra quien le endose la factura de este terremoto a la MUD, uno de nuestros culpables preferidos. Sin duda, la coalición opositora tiene una gran responsabilidad en el tamaño de nuestro desaliento. Ellos mismos no lograron entender la naturaleza amoral del enemigo. Ni siquiera en sus pensamientos más maliciosos (que escasearon, lamentablemente) avistaron que la dictadura sería capaz de asesinar a más de 150 personas con tanta desvergüenza. Quizás es hora de entender que estamos lidiando contra un cártel internacional cuya principal droga es el poder. Algo inédito. En países como Colombia o México los carteles de la droga han permeado la clase política y el mundo empresarial, pero ninguno se ha hecho dueño de un país entero. Venezuela es la mercancía. Ellos, los dealers.

Piedras contra balas. Escudos caseros contra francotiradores. La constitución versus la aberración. El voto versus la trampa. Así nos ha tocado enfrentar a esta dictadura que ha convertido a la bajeza en su primer mandamiento. Los relatos de ensañamiento y maldad contra tantos venezolanos superan cualquier capacidad de asombro. Una batalla desigual, asimétrica, cuyo único soporte ha sido el tesón de millones que empuñaron el gentilicio como gasolina. Este capítulo, qué duda cabe, lo ganó la barbarie.

Otro nuevo capítulo se nos presenta en el horizonte inmediato: la elección de gobernadores. Y entonces, desde el fango de la frustración y el desánimo, buena parte del país esgrime su indignación. ¿Para qué elecciones si igual nos robarán cualquier triunfo? ¿Cómo competir, desde nuestra ética colectiva, contra seres humanos entrenados para la estafa? Hace apenas una semana pensé en la figura del laberinto. Allí andamos, extraviados, sin brújula. La dirigencia opositora no tiene, ni por accidente, ese talento para la jugada aviesa, no sabe de vilezas, la atolondran las emboscadas. Sus pecados son otros. Como ese fraude semántico que terminó siendo la tan publicitada hora cero.

En los códigos del mundo de la droga, todo aquel que pretende abandonar la maquinaria o redimir su destino, será perseguido implacablemente hasta que pague su “traición”. Lo que ocurre hoy con la fiscal general Luisa Ortega Díaz nos recuerda ese turbio sacramento. Ver a Iris Varela salivando odio frente a las cámaras y prometiéndole a su ex camarada que vestirá el color fucsia de las presidiarias fue solo el tráiler de lo que hoy le ocurre: allanan su casa, convierten al esposo en delincuente, encarcelan a su doméstica. Van por ella. Como van por todos nosotros.

Tengo días pensando en la próxima celada que nos han montado. Uno podría evitar la posibilidad de tropezarse de nuevo con la misma piedra. Pero es quedarse demasiado quieto. Es mucho silencio para tanta tragedia en desarrollo. Y, a fin de cuentas, no se trata de claudicar. Seguimos siendo una descomunal, inocultable mayoría. Pero hoy tenemos una resaca tan profunda que estamos fuera de base, aturdidos, llenos de impotencia y despecho. Por eso ellos decidieron anticipar las elecciones regionales. Porque saben que muchos opositores castigarán a sus líderes con la abstención. En este fangoso ajedrez, es el momento perfecto del régimen para fingir ante el mundo que, al fin y al cabo, también hace elecciones. Buscará lavar su rostro, tan salpicado de sangre.

Me pregunto, siendo el escenario electoral el único donde somos mejores y mayoría, ¿les regalamos la jugada? ¿Nos rendimos de una buena vez? ¿Dejamos el país entero en sus manos?. Cierto, pasa que nosotros no somos asesinos, ni torturadores, ni gente resentida y sudorosa a venganza. No sabemos ser así. Somos ciudadanos demócratas, civiles que creemos en las leyes, las elecciones y la constitución. Quizás toca seguirle mostrando al mundo y a nosotros mismos lo que mejor sabemos hacer: insistir, persistir, resistir. Desde el lenguaje de la civilidad. Desde todas las letras de la democracia. Ellos seguirán delinquiendo. Seguirán encarcelando gente. Haciendo rastrillo las leyes. Saqueando las arcas del país. Desesperados por su supervivencia, sin importar lo que eso implique en términos delictivos. ¿Y nosotros? ¿El país? ¿Entregamos lo que queda? ¿Sin levantar una sola pared, sin ofrecer resistencia? En esta ocasión nos tocaría volver al terreno donde poseemos nuestra mejor arma, la que tiene millones de “balas”: el voto. Lo sé. Van a jugar sucio de nuevo. Van a inhabilitar a todo el que les apetezca. Van a cambiar las reglas de juego cada media hora. Y nosotros, en cambio, jugaremos limpio. El mundo observa cada vez más de cerca. Están cada vez más desenmascarados. La oposición, sí, está llena de espasmos y cicatrices. Hay cruces de muerte en las veredas. Pero somos millones. No se nos puede olvidar. Se trata de insistir en el triunfo de la lógica. O de la historia.

Después de la depresión, toca insistir. Lo otro es la muerte del país. Y su mordisco negro.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 17, 2017