A estas alturas del drama venezolano, nadie duda que la unidad total se impone como la única estrategia posible para desalojar a la dictadura. El descalabro de la vida abarca a los humildes, a la agónica clase media, a los sectores productivos, al mundo académico, a los llamados representantes de Dios en la tierra, a los propios militares y a millares de personas que alguna vez creyeron que la revolución reivindicaría su lugar en el mundo. La paradoja es cómo, con un sentimiento tan unánime de repudio a un régimen, no logramos articularnos en una misma maniobra definitiva. Si seguimos remando en direcciones distintas, más lejos se nos pondrá la orilla que debemos alcanzar. Si cada quien pone el peso en un lado distinto, la madera que sostiene al régimen nunca se quebrará. Estamos entrampados. La desesperación por tanto intento fallido ha subido el volumen de las diferencias. Cada quien esgrime una tesis distinta sobre cómo salir de Maduro y su camarilla. Cada uno se cree dueño de la razón. Cada cual asume que su discurso es el más sensato. Una borrachera de soberbia en plena sala de terapia intensiva. Y, peor aún, ya nadie cree en nadie. Las etiquetas llueven como granizo: “radicales”, “mudistas”, “colaboracionistas”, “traidores”. Los epítetos vuelan de un lado a otro como piedras rabiosas que buscan partir la crisma del otro que – a la sazón- es nuestro par, que también cree en la democracia, que también está indignado, y que sabe que el trágico momento que vive el país debe parar cuanto antes. Hundidos todos en el mismo sótano, nos lanzamos al cuello del otro, procurando despedazarlo. Mientras tanto, la dictadura observa la golpiza. Y saliva de placer.
En los últimos días han ocurrido eventos políticos de distinta índole que buscan un mismo fin, pero -de nuevo- de forma escandalosamente desarticulada. Henry Falcón se desmarca en el minuto final y lanza su candidatura en solitario, activando todas las suspicacias. El movimiento Soy Venezuela lanza su pliego conceptual, desde otra sala que solo los contiene a ellos. Un amplio sector de la sociedad civil alza la voz en un llamado Frente Amplio Nacional y propone en el Aula Magna de la UCV (“la casa que vence las sombras”, diría el simbolismo) un nuevo discurso unitario. Y así vamos. Entonces los primeros que desacreditan el evento del Frente Amplio Nacional son los que no aparecen en la foto, pero también son oposición. Se burlan, de forma un poco pueril, de que no estaban copadas todas las butacas del Aula Magna. Ironizan. Fustigan. Luego ocurre el segundo evento, ya con la presencia protagónica de los lideres políticos de oposición, y los francotiradores del Twitter se escandalizan al ver a “los rostros de siempre”. Si no fuera todo tan calamitoso, llamaría a la risa. En rigor, no puedes cambiar de un día para otro el roster político de un país, como si fuera un equipo de béisbol. Para bien o para mal, los próximos años de lucha y reconstrucción tendrán en sus filas a muchos rostros repetidos. Somos un país de 30 millones de habitantes y sus políticos, sus estudiantes, sus intelectuales, sus hampones, sus malandros, son los que son. Un punto distinto es conseguir a un líder fresco, que nos deslastre de tanta desesperanza, y otra es pensar que en esta y en las próximas batallas no estarán los mismos apellidos que nos han entusiasmado y defraudado tantas veces. Me pregunto: ¿podemos concebir un movimiento unánime y multitudinario del país que no incluya a los Ramos Allup, Capriles, Aveledos o Leopoldos del caso? ¿Se puede lograr sin que estén las voces de María Corina, Ledezma o Enrique Aristigüieta? ¿Se puede lograr sin el movimiento estudiantil, sin los sindicatos, sin el chavismo disidente o incluso sin los guerreros del teclado? ¿Sin el Foro Penal, sin las distintas ONG, sin Almagro o sin el apoyo de la comunidad internacional? ¿Sin los folios de pruebas de la fiscal Luisa Ortega Díaz o las confesiones que aún nos debe Rafael Ramírez? ¿Cree Henry Falcón que puede derrotar electoralmente a Maduro sin el apoyo de la comunidad de partidos políticos que conforman la MUD, por más deteriorada que ande en el rating de la opinión pública? Pensarlo sería un estridente acto de fanfarronería. El movimiento Soy Venezuela y otros grupos políticos que se les han unido dicen que el Frente Amplio Nacional los necesita a ellos para legitimarse y reconectarse con un amplio sector de la ciudadanía. Es cierto. Pero el viceversa también lo es. La “gran alianza” que propone Soy Venezuela necesita a todos los partidos políticos de la MUD. Y la MUD necesita a Soy Venezuela y sus aliados. Toca sincerarse. Quizás habrá que comprar muchos pañuelos para soportar ciertos olores y recelos. Pero es la única solución posible para combatir a una dictadura ya sin freno, violenta, armada e inescrupulosa.
Se necesita una inmensa y urgente dosis de humildad de parte de todos los actores políticos y de la sociedad civil en su totalidad para encauzar la lucha con la lucidez que exige el momento. Si nos seguimos descalificando unos a otros, estaremos construyendo una nueva derrota y Maduro seguirá bailando salsa sobre los cadáveres de más y más venezolanos.
Ciertamente, hay criterios muy disímiles sobre cómo salir de la larga noche en la que estamos inmersos. Unos más drásticos, otros demasiado atemperados. Nadie puede pensar que el requerimiento de unidad total se va a lograr fácilmente. Hay que encerrarse a hablar largo y tendido. Acerar las ideas. Exigirnos a fondo. Ceder aquí, convencer allá. Argumentar cien veces y escuchar cien veces el argumento del otro. Cancelar la arrogancia. Estamos en emergencia. La gente se está yendo, se está apagando, se está muriendo. El hilo de la unidad es grueso, áspero y, en ciertos tramos, maloliente. Pero es el único que tenemos para cosernos. Para ser un solo país contra la dictadura. Una sola voz múltiple. He allí el desafío. No sigamos perdiendo el tiempo.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – MARZO 11, 2018