El famoso narrador hablaba solo de los libros que compraba o eventualmente escribía. Exhibía fotos de sus perros y esquinas de sus mujeres. Mostraba su sonrisa en todas las redes sociales. Se sospecha que leía la prensa con los ojos cerrados.
El novelista se volvió analfabeta de la desgracia colectiva que lo rodeaba. Disimulaba día y noche. Se arropaba los ojos con libros de ciencia ficción. Escondía las frases combativas en el rincón más remoto de su silencio. Dicen algunos que se quedó sin nariz. Ni los muertos de la dictadura ni los presos existían en su vocabulario, en sus declaraciones públicas, en sus recitales a la eternidad. No percibía la podredumbre. Su cielo era el único azul a cientos de kilómetros a la redonda.
El notable escritor nunca se topó con la censura porque no le dio razones para ello. Fue adelgazando su vocabulario para no usar palabras inapropiadas. Seguía de largo ante los pasillos peligrosos. El escritor nunca advirtió el hambre de sus vecinos o colegas. Afuera tronaba la metralla de la resistencia. El grito de los caídos. El galpón que se atestaba de madres huérfanas. Supuso que era otro melodrama de los enemigos de su talento. Y clausuró sus tímpanos.
Un día, la miseria se deslizó suavemente por debajo de su puerta. La escasez roía cada centímetro de su nevera. Sus grifos dejaron de gotear agua. Más nunca tuvo internet. Entonces el escritor hizo una breve y silenciosa maleta y se fue a un congreso de narradores en Bilbao. Atravesó la autopista rociada de bombas lacrimógenas, los rincones del aeropuerto donde todo era mengua y llanto, evitó el olor a duelo de todo ese país que no podía hacer ninguna maleta. Y presentó en la taquilla de inmigración el pasaporte de su indiferencia.
Vuelva cuando quiera, sonrieron los gorilas de la aduana. Esta es su revolución. Gracias por su silencio, le dijeron.
Y más nunca volvió.
Fue feliz en ese silencio. En su mortal indolencia.
Calladamente, olvidó a los demás.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – MAYO 27, 2018