La vida es más corta en Venezuela. Es más corta que en cualquier otro lugar del mundo. Es más corta que hace treinta años en el mismo sitio. Y estamos en un planeta donde el ser humano ha logrado extender prodigiosamente su longevidad. Según las revistas de ciencia, la esperanza de vida en el mundo ha aumentado más de seis años desde 1990. Ahora la gente vive más tiempo. Menos en Venezuela. Aquí la vida es precaria, violenta y breve. Ese es quizás el logro más trágico de la revolución de Chávez y Maduro. Los venezolanos somos ahora más fugaces en nuestro paso por la tierra. Parecemos un país en estado de guerra permanente. Puertas adentro, todo atenta contra el simple ejercicio de vivir. Las amenazas surgen desde las primeras horas de nuestra existencia. La cifra de neonatos que mueren en nuestros hospitales deben ser de las más altas del continente. Solo en el 2016 llegamos a la alarmante cifra de 4.000 neonatos muertos por distintas formas de precariedad. Son muertes silenciosas. Casi nunca son noticia. Se convierten en titulares solo cuando las estadísticas se vuelven impúdicas.
Luego, si alguien logra sobrevivir a los pabellones y quirófanos infectados que abundan en nuestro territorio, viene la ardua faena de crecer en un hábitat donde la leche escasea o posee un precio malsano y donde los alimentos vienen en cajas que contienen más política que proteínas. Cajas que obligan a tus padres a humillarse ante un miembro de un consejo comunal o un alcalde de camisa roja, a bajar la cabeza y aupar a un líder en el que no crees o posiblemente detestes, a lanzar a la basura tus convicciones y sacarte un carnet que solo busca controlarte. La humillación va aún más allá, porque no puedes elegir lo que comes ni cuándo lo comes. Ni siquiera la dignidad queda a salvo. Es un nuevo mercado negro, otra forma de especulación, una variante del sórdido bachaqueo que rodea nuestras existencias. Todo eso se traduce en más hambre. Todo eso es un atentado a la existencia.
Si vives en un hogar numeroso, tus posibilidades de sobrevivir se reducen exponencialmente. La desnutrición será el primer invitado a la mesa. Más allá, en las otras zonas de tu infancia, acecharán enfermedades del pasado que han llegado por un túnel del tiempo llamado chavismo a convertirse en epidemias de estreno en pleno siglo XXI. Después de décadas de haber sido erradicadas, la malaria, la difteria, el paludismo, el sarampión y la tuberculosis son de nuevo noticia. Si vives en una zona popular, tu jardín de juegos será un mapa de balas perdidas y tus oídos se llenarán con las “hazañas” de las bandas delictivas de la zona. Si logras llegar a la adolescencia, aumentará tu riesgo de ser efímero, pues serás un potencial cliente para el crimen organizado, bien sea para ingresar en sus filas como discípulo –lo que garantiza una muerte joven- o como víctima.
Si llegas a la universidad, tu cerebro -en alianza con tu conciencia- puede movilizarte hacia la calle a protestar por tantas penurias. Y ahí también entenderás que la vida es breve en Venezuela. Porque en sus calles hay cruces de gente asesinada por gritarle basta a la dictadura. Y ya quizás manejes un carro y entres en el radar de aquellos que secuestran gente en las salidas de las autopistas y no conforme con maltratarte, saquear tu casa, y amarrarte junto con tu familia a ocho horas de terror, puedes terminar convertido en cadáver en el costado de cualquier carretera nacional. Si ya eres mayor de edad, profesional y de este domicilio, sin duda te asaltará la idea de escapar al asedio del hambre y la calamidad. Y descubrirás que irte es una pequeña muerte también.
Si eres un hombre o mujer de ciertos años, entonces las enfermedades serán las encargadas de agregar zancadillas y acelerar tu encuentro con la eternidad o lo inmaterial. Si eres hipertenso, diabético o portador de VIH, si sufres de alguna cardiopatía, si necesitas ser nebulizado, operado o trasplantado, si requieres del antibiótico más simple del mundo para detener una infección, es muy posible que no lo logres. Te mata la infección. Te mata el hambre. Te mata el secuestrador. Te mata el guardia nacional. Te mata el incordio y la tristeza. Te mata la nostalgia del exilio. Te mata dejar de ser quien eras. Esa es la verdad. No hay otra.
En Venezuela hoy la vida es breve. Más breve que todas las veces.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 14, 2017