Leonardo
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Los artistas y el 19 de abril

Los que estamos hoy aquí presentes queremos subrayar, en principio, que lo hacemos honrando nuestra condición de ciudadanos. Y que un ciudadano, por definición, no tiene color político, no lo define una ideología, sino su relación humana y social con su entorno, su ciudad y, más aún, con su país. Preciso más puntualmente nuestra condición: somos ciudadanos de un país llamado Venezuela. Es decir, queremos también hablar a través de nuestro gentilicio. De nuestra condición de venezolanos. Gente que tiene un vínculo, un asidero telúrico con una región del mundo, gente que la define un arraigo, una temperatura del Caribe, una concepción de la vida. Gente que quiere su país porque es inevitable. Gente que le duele hasta los huesos el horizonte de caos, debacle, ruina, devastación y colapso donde se encuentra la nación. Elijan cualquiera de esos términos. Lamentablemente, cada uno y todos sumados ilustran el gravísimo estatus de nuestra realidad.

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El último chance de Nicolás Maduro

La temperatura se eleva exponencialmente en Venezuela. Los acontecimientos están a punto de desbocarse. La onda expansiva de las protestas comienza a alcanzar las zonas populares. Los videos no dejan mentir a nadie. De Petare a La Vega, de Ruiz Pineda a Quinta Crespo, de San Juan a Cabudare en Lara, de Los Teques a Tovar en Mérida. Ya a Maduro le resulta imposible dormir como un bebé. En todo caso, dormirá como un bebé con cólicos, fiebre y susto. Sobre todo después de lo ocurrido en San Félix, en el remoto sur del país. Aunque, en rigor, en ese caótico final de cadena se mezclaron los dos países: el que ya se ha acostumbrado a recibir migajas y se acerca al presidente con pedimentos y ruegos, y el que ya harto de tanta humillación lo repudia y lo manifiesta sin reserva alguna. Al presidente se le fue el país de las manos. Es como una represa cuarteándose bajo la fuerza exasperada del agua. Las alarmas no dejan de gritar.

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La dictadura del gas pimienta

En el país hay un clima de déja vu, de asunto vivido. La calle ha regresado como forma de protesta y con ella los ladridos de la represión. Pero esta vez hay un punto de inflexión que marca una diferencia. La comarca latinoamericana, en rotunda mayoría, ha expresado claramente su alarma ante los desafueros inconstitucionales del TSJ. Vale acotar que nuestra pesadilla cambia de tema con una compulsión singular. Pasamos del penoso chiste del billete de 100 Bs, al desalmado ataque a las panaderías, a la repentina escasez de gasolina, al cinismo de la Venezuela Potencia, al asesinato de Wilmito, a los pasillos de la OEA, y finalmente, de nuevo, a la calle. Esa calle que se vació a finales del año pasado gracias a las torpezas de la dirigencia opositora.

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