Leonardo
Padrón

El horror patrio

Ya se agotan las palabras para narrar el espanto. Los adjetivos jadean de cansancio. El idioma bufa de impotencia ante el hilo de sordidez que recorre el país. Lo ocurrido este 5 de julio en Venezuela, fecha que encarna 206 años de independencia, fue tan grave que el mundo entero reaccionó con indignación y sobresalto. Nunca había visto una reacción tan llena de presteza y estupor. La comunidad internacional quedó boquiabierta. Las imágenes escupían una verdad que millones de venezolanos hemos insistido en denunciar: estamos bajo el asedio de un régimen de extrema violencia. Ya no existe disimulo ni pudor alguno. Los cabilleros de la revolución han pateado la democracia una vez más. Públicamente. Frente a los ojos del planeta. Haciéndola sangrar en la piel de los diputados electos masivamente por el pueblo. Ya nada calza en una estructura lógica de pensamiento. El grito de los bárbaros anunció una vez más una triste certidumbre: nos gobierna el horror.

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Adios, Doña Bárbara

Cada día es más rocambolesco que el otro. Cada noticia supera a la anterior. Vivimos en sobredosis de acontecimientos. El guionista de la realidad nacional no para. Y su imaginación posee el hambre de superarse a sí misma. Pero como estamos en una extraña guerra, ya sospechamos hasta de las intenciones que trae el amanecer. Sale el sol, le coloca un azul incalculable al cielo, amarra el verde del Ávila y lo primero que tendemos a pensar es que quizás es una estrategia del G2 cubano para que creamos que es un día normal, bajemos la guardia y hablemos de lo hermosa y definitiva que es Caracas. Otro “pote de humo” para disimular el infierno que realmente somos. Así pasó cuando la fiscal general Luisa Ortega Díaz denunció en voz alta la ruptura del orden constitucional. Casi nadie le creyó. Las apuestas mayores aseguraban que era un plan arteramente diseñado en las catacumbas del cerebro cubano que, según consenso general, maneja los vaivenes de la realidad nacional. Hoy, a tantos días de su primer desmarque significativo, y luego de una felpa incesante por parte de sus antiguos compañeros de insignia, ya nadie duda de sus verdaderas intenciones.

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Todo es demasiado

La crisis venezolana es un largo quejido que cumple ya dieciocho años de edad. Es una crisis adulta. Una crisis que pide a gritos ser resuelta cuanto antes. Una crisis que no acepta seguir envejeciendo. Es mucha la sangre derramada. Mucha la tumba abierta. Son incontables los hogares rotos, los negocios saqueados, los años perdidos. Ya todo es demasiado.

En todo este tiempo, la sociedad civil ha ejercido todas las opciones posibles de protesta, ha luchado tenazmente por sus derechos y ha resistido los embates más crueles e irracionales por parte del régimen. Ha ido a cualquier cantidad de elecciones, siempre en estado general de sospecha todas ellas. (Hasta que nos convertimos en magnitud y ya no hay trampa que sirva. Solo les queda –lo sabemos- no hacer elecciones). Ha firmado planillas, manifiestos, remitidos. Ha llenado las calles con una persistencia abrumadora. Se han tapizado las esquinas del mundo con nuestro llamado de auxilio. Se han coreado cualquier cantidad de consignas, himnos y arengas a voz en cuello. Se han escrito libros, artículos, crónicas, reportajes, canciones.

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