Leonardo
Padrón

¿Y después de la depresión?

Andamos con el ánimo devastado. Tratando de entender cómo lamernos las heridas. Porque son demasiadas. La tormenta ha sido tan larga y feroz que solo nos rodean escombros. No hay un árbol de pie en la faena por la democracia. La dictadura lanza graznidos de victoria. Mientras, sus manos chorrean sangre de venezolanos de todas las edades. El final de este tumultuoso capítulo de protestas que se inició en abril del 2017 exhibe cadáveres demasiado jóvenes, gente herida para siempre y hogares destruidos. Una de sus primeras consecuencias es la nueva y brutal estampida de emigrantes. Muchos con el cuerpo aun lleno de perdigones están hoy armando la maleta del mientras tanto o el más nunca. Deambulan resignados entre el hogar y el pasaporte, con el horizonte tapiado de bombas lacrimógenas. En gran parte de la sociedad civil ondea el humo de la depresión. En los círculos familiares y chats vecinales solo se habla de desánimo y frustración. Sobra quien le endose la factura de este terremoto a la MUD, uno de nuestros culpables preferidos. Sin duda, la coalición opositora tiene una gran responsabilidad en el tamaño de nuestro desaliento. Ellos mismos no lograron entender la naturaleza amoral del enemigo. Ni siquiera en sus pensamientos más maliciosos (que escasearon, lamentablemente) avistaron que la dictadura sería capaz de asesinar a más de 150 personas con tanta desvergüenza.

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Somos lo accesorio

Hay una condena mundial, estruendosa, a la dictadura de Nicolas Maduro, nuestro Erdogan tropical. Ya en los noticieros de USA hablan de él como «el dictador». Se acabaron los eufemismos y las buenas maneras. Los voceros del gobierno norteamericano lo mencionan todos los días con frases que destilan repulsión. Al mismo tiempo, cada vez se suman más jefes de estado y cancilleres de la región a decir las cosas por el nombre que merecen. Pero dictadura que se respete no se detiene en pudores y escrúpulos. Hay una asamblea elegida por todo el país y ellos la sacan a patadas eligiendo la suya en unas elecciones donde hasta la compañía que puso las máquinas dijo que eran tan falsas como la muerte del billete de 100 Bs. No les importa el tamaño del desprestigio. No parpadean cuando se les tilda de asesinos y torturadores. Se regalan espadas de Bolívar cuando los sancionan internacionalmente. Se reúnen en pequeños mítines celebratorios cuando los catalogan de narcotraficantes. Irrumpen como bandoleros ebrios de violencia en el espacio más sagrado de la República.

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El laberinto

Aún no nos hemos recuperado de la nauseabunda farsa de las elecciones de la ANC y ya entramos en otra dimensión de nuestra crisis existencial.

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