El desastre

A veces uno quisiera permanecer en silencio. No emitir juicios. Esperar que las aguas del desánimo se calmen. Tener chance para recuperar el aliento luego del nuevo desastre que ha ocurrido en el país. Ya se han escrito, en apenas cuatro días, innumerables artículos, sesudos análisis, detallados reportajes sobre las razones que propiciaron que la dictadura de Nicolás Maduro se adjudicara dieciocho gobernaciones el domingo 15 de octubre, y apenas perdiera cinco. Todo se ha dicho y desmenuzado. Ya los defensores de la abstención armaron su fiesta con el “se los dije”. Ya algunos apologistas del voto los culpan a ellos. En fin, llueven argumentos. El más grave, notorio e incluso previsto es el del fraude. Un fraude que comenzó hace un año al Tibisay Lucena no convocar las elecciones en el lapso que lo exigía la Constitución. Un fraude cuyo mejor prueba y antecedente fue aquel momento cuando Maduro expresó que no volverían a llamar a elecciones a menos que estuvieran seguro de ganarlas. Y así, los pranes del voto tuvieron tiempo de armar su tinglado, aceitar su estrategia y diseñar la emboscada perfecta. Pero la única certidumbre es que seguimos juntos, todos muy juntos, hundiéndonos en el mismo lodo. Ese es el único punto de unidad que tenemos hoy los venezolanos. Esa es la tragedia: todos somos víctimas.

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Insistir

Pasa cuando te enamoras de una mujer. El objetivo es clarísimo: conquistarla. Entonces intentas que se fije en ti. Te pones animoso, terco, audaz. Apelas a tus mejores recursos. Ensayas las estrategias que conoces y las que te sugieren tus amigos. Te pones intenso un día y paciente el otro. Le escribes un poema, incluso si odias la poesía. La llenas de flores y espejismos (evita los peluches). Haces flexiones de ingenio. Buscas sorprenderla. Te obsesionas. En definitiva: insistes.

Pasa cuando persigues tu vocación en la vida. A veces abres la puerta equivocada y te regresas. Y sigues abriendo puertas. Y buscas cómo instalarte, cómo cultivarla, cómo hacerte de tu vocación. No importa si es la actuación, el derecho o la carpintería. Y seguro habrá obstáculos, momentos de duda, bajones en el ánimo. Pero insistes.

Pasa cuando tienes hambre. O cuando necesitas un techo. Pasa cuando el mundo tiene cara de gol en contra. Insistes. Siempre insistes. Sí, hay los que se desesperan, claudican, se rinden. Pero, en general, el ser humano insiste. Es parte de su naturaleza.

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El dilema del voto

Nunca he dejado de votar. Ni siquiera en los eventos electorales donde sé que mi candidato será derrotado. Ni siquiera cuando el régimen ha diseñado todas las estrategias posibles para neutralizar el voto opositor. Ni siquiera con Tibisay Lucena presidiendo el CNE, aviesa e irreversible. Ni siquiera sabiendo que Jorge Rodríguez es su verdadero jefe. No acepto renunciar a mi derecho ciudadano. No me da la gana. No pienso darles el gusto. No me voy a quedar rezongando mi ira solo por las redes sociales. No tolero resignarme. Ni convertirme en silencio. Porque eso es abstenerse. Abstenerse es callarse. Desaparecer. No expresar tu parecer. Es dejar que la dictadura juegue sola y fácil. Es allanarles el camino, dejarles la puerta franca para prolongar el saqueo. No hay mejor guarimba contra el avance de la dictadura que millones de ciudadanos plantados en los centros de votación. Digo, por los que estuvieron en tantos plantones y hoy se sienten decepcionados por el resultado. No hay mejor trancazo que millones de boletas electorales rechazando esa tragedia que ha sido el chavismo en nuestras vidas.

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