Ni un preso más

No hay ni un solo argumento sobre la tierra que justifique que un ser humano esté preso por su forma de pensar. Un gobierno que encarcele, humille y veje a sus ciudadanos por disentir de su ideología no merece regir los destinos de sociedad alguna. El Estado que haga eso simplemente está delinquiendo, secuestrando hombres y mujeres, violando los derechos humanos de sus habitantes. Quien te condena por tus ideas es un fundamentalista. Quien te marca por tu manera de pensar es un fascista. Es la consagración de la Policía del Pensamiento, según la idea orwelliana.

En Venezuela, en los últimos años, se ha vuelto extremadamente peligroso tener criterio propio. Lógico. A las dictaduras no les gustan los cerebros con autonomía propia. Quieren neuronas domesticadas. Quieren súbditos. Necesitan vasallos. Gente que repite consignas y no discierne. Que corea estribillos y respira con miedo. Gente sojuzgada. Sumisa. Gente derrotada de antemano. Una simple e inerme célula en el organismo superior del Estado. Fichas. Peones. Carnets de la Patria.

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Mienten

Lo hacen sin pudor. Cada vez que se acercan a un micrófono. Cada vez que los enfoca una cámara. En cada rueda de prensa. Fuera y dentro del país. No importa el tema. Puede ser sobre la crisis hospitalaria, la escasez, la hiperinflación, la epidemia de asesinatos, la desaparición del dinero en efectivo, la ausencia de gasolina. Cualquier tema obvio y visible. Y a pesar de eso, de lo irrebatible y manifiesta que es nuestra miseria, mienten. Dicen que la patria es cada vez más próspera, que el mundo nos envidia, que somos referencia y paradigma, que si por Dios fuera nos plagiaría para diseñar el paraíso terrenal a imagen y semejanza de Venezuela. Se ponen grandilocuentes y pomposos. Retóricos y cursis. Citan a Bolívar hasta el desfallecimiento. Mienten cuando hablan de guerra económica y conspiraciones universales. Mienten para sentirse libres de culpa. Mientras tanto, la gente, el ciudadano común, el mismísimo pueblo, busca sobrevivir entre los escombros de un país arruinado y saqueado por los insignes prohombres de la revolución.

Mienten a cada hora. Todos los días. Mienten cuando dicen que vivimos en democracia. Mienten cuando ondean la constitución en sus manos. Maduro dice que Donald Trump amenazó con matarlo y uno sabe que no fue esa la propuesta. Arreaza dice que el capitalismo es un sistema anacrónico y uno entiende que el anacronismo está en su verbo.

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Entre huracanes te veas

Los venezolanos hemos vivido un exceso de adversidades en los últimos tiempos. El entrenamiento ha sido extenuante y sin pausa. La política y la ruina se han unido en una misma frase. La muerte se ha vuelto asunto cotidiano y sórdido. El hambre. El narcotráfico y la dictadura. Los enchufados y la ruindad. Tantos escombros en el camino. Tanto episodio turbio en estos tiempos.

Pero los que por casualidad o destino andamos en estos días en Miami nos estrenamos en otro evento de dimensiones tan abismales como inéditas. Se trata de la señora naturaleza en uno de sus peores alardes. Irma, el huracán con categoría de monstruo. Irma, la inmensurable. Irma, la terrible. Sé qué hay muchos venezolanos residentes de Florida que ya son veteranos en el tema. Algunos tienen dos, tres, hasta cinco huracanes en su haber. Este vecindario, lo sabemos, es zona de huracanes. Pero para quienes andamos de paso o quienes estrenan sus primeros días como residentes la experiencia resultó abrumadora. Nunca, en mi caso, había presenciado un despliegue de información y advertencias tan intenso. Particularmente resultaba impactante oír a Rick Scott, el gobernador de Florida, quien aparecía con preocupante frecuencia en las pantallas de TV anunciando con tono sombrío y grave la inminencia de un evento apocalíptico. Era imposible no ponerse nervioso luego de escucharlo.

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