Fracaso

Este 20 de mayo del 2018 en Venezuela va a triunfar el fracaso. Una paradoja mortal. La tristeza nacional adquirirá un nuevo punto de inflexión. Tal vez ni siquiera haya que esperar al calculado pudor de la medianoche para constatarlo. Esa tristeza se convertirá en tatuaje. La marca absurda de nuestro destino más inmediato. Una desembocadura que nunca pensamos merecer. Las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura, de forma anticipada e ilegítima, son la muestra más palpable de nuestro fracaso como generación. No hay atenuantes posibles. Todo parece vertiginosamente inútil. La estrategia de la abstención finaliza al pronunciar la palabra. La herramienta del voto fue desmantelada de sentido real. Es un espejismo. Un hueco que espera nuestra caída. Deambulamos sobre los escombros de nuestra incapacidad colectiva. No supimos reaccionar asertivamente ante la voracidad delictiva en curso. Todos los venezolanos hemos sido arrasados por la peste del chavismo. Todos. Incluso los que bailan la danza de la fantástica corrupción. Porque el óxido de la pesadilla igual los va a alcanzar.

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La emboscada

Nunca Venezuela había estado peor. Nunca tantos males al unísono. Nunca tanto repudio colectivo a un gobierno. Nunca un candidato presidencial ha tenido un lastre tan pesado: él mismo, su funesta gestión como gobernante, su monumental empeño en destrozar la normalidad de un país. Y a la vez, vaya paradoja, nunca había estado tan cantada la victoria de un perdedor. Porque eso es Nicolás Maduro, un perdedor. Un hombre que tiene que recurrir a todas las argucias posibles: trampas, chantajes, amenazas, compra de votos, y un largo hilo de ilegalidades para mantenerse en el poder. Así sea sobre los escombros de una sociedad entera.

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Esa manera de ofendernos

Me topo en las redes con un discurso de Elías Jaua, nuestro flamante ministro de lo que sea (ya no importan las precisiones. Jaua siempre tendrá un cargo de lo que sea) y me quedo pensando, luego del estupor inicial, que su voz es la voz del futuro que promete Maduro.

Dice Elías Jaua en ese video que encuentro cada tres días en las redes: “Si el pueblo venezolano no comiera, entonces los anaqueles de los supermercados estarían llenos”. Según esa retorcida lógica, el pueblo norteamericano está en mitad de una hambruna descomunal, porque sus Publix, Walmarts, Whole Foods y decenas de cadenas de alimentos permanecen repletas todo el tiempo. Y no solo ocurre tamaña crisis en Estados Unidos, sino en casi toda Europa, Latinoamérica y Asia. En síntesis, Occidente agoniza de hambre. Y también buena parte de Oriente. Es decir, el vasto planeta que existe más allá de Maiquetía, Maicao o San Cristóbal, está en serios problemas. Los supermercados de esos lugares tienen tantos productos en sus anaqueles que -según Jaua, el esclarecido- eso solo puede ser índice de pobreza extrema. Nadie tiene dinero para comprar esos alimentos.

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