País roto

País que pesa tanto. País convertido en migaja. País que aprieta.

Disponible para el exceso y la carencia.

País de la sombra y el bufón.

Hoy es una nostalgia en la ventana.
Una sonrisa que queda lejos.

País que arde en las palabras. Que se da contra las paredes. Que se achica, se queda sin aire, se revuelve como animal herido.

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La tiza de la urgencia

Hoy recibí un correo electrónico que me estremeció. Un correo electrónico que resume los tiempos que vivimos. Es del colegio donde estudian mis hijos. No es inusual recibir circulares del colegio. Con frecuencia envían información sobre alguna actividad cultural -un concierto de la coral, alguna obra de teatro- , o refrescan advertencias a propósito del uso correcto del uniforme escolar y los horarios de clases. A cada tanto se asoman aquellos correos que notifican la necesidad de un ajuste de la mensualidad. Obviamente, los institutos escolares también sufren la hiperinflación diseñada por los genios que dirigen nuestra ruinosa economía. Pero esta vez el correo comenzaba con nueve líneas que recibí como un golpe en el hígado. La directiva del colegio confesaba que sus docentes estaban renunciando. No se llegó a escribir la palabra estampida, pero se respiraba entrelíneas. Eso es lo que está ocurriendo. Sin eufemismos. La razón de la renuncia era la misma: se van del país. A buscarse una vida en algún lado. A intentar la dignidad de seguir dando clases en algún otro lugar del planeta donde sea normal ganarte el pan con tu profesión. O a trabajar en lo que toque, pero con la garantía de comer tres veces al día y sostener a los tuyos. Esa circular anunciaba que, en Educación Media General, mis hijos y los hijos de muchos padres, se quedaban sin profesores de Castellano, Biología, Educación para la Salud, Inglés y Química. También sin Orientadores y Psicólogos.

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