Los románticos del caos

Lo que circula en la mente de cada venezolano es aún más tenebroso que lo que pasa a su alrededor. La incertidumbre es básicamente neblina. Cubre el horizonte por completo. No hay nada más allá. Es la duda vestida de luto. Cuando al futuro se lo traga la incertidumbre, no hay país posible. Las palabras que se asoman en cada esquina del mapa arrastran solo pesadumbre. El aire nacional se ha vuelto irrespirable. La vida en Venezuela se conjuga con aspereza. Y eso también rima con tristeza. No hay nación que se merezca tanto agravio.

Amigos cercanos que han tenido que sentarse en la misma mesa con los líderes de la pesadilla me comentan que algunos de ellos se creen su propio cuento de la guerra económica. Se creen que la invasión de los marines vendrá en los contenedores de medicinas y alimentos que exige la emergencia humanitaria. Se creen los doscientos atentados a Chávez y Maduro. Se creen los cheques de la CIA pagados a humoristas, caricaturistas, escritores y analistas.

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Como si fuéramos otros

Uno quisiera amanecer el 2018 escribiendo sobre temas distintos. Quizás un poco más serenos y luminosos. No sobre nuestras ya largas espinas en la cotidianidad de ser venezolano. Uno quisiera quizás escribir sobre libros, música y otros fulgores. Comentar –por ejemplo- “Pureza”, el más reciente libro de Jonathan Franzen, ese gran novelista norteamericano, y dejar caer en esta ventana, por puro placer estético, líneas como “La belleza de Annagret era tan asombrosa, tan ajena a la norma, que parecía una ofensa directa a la República del Mal Gusto”. Uno quisiera leer eso y no hacer asociaciones inmediatas. ¿Acaso no nos hemos convertido en la República del Mal Gusto? ¿No es de mal gusto tanta ineficiencia y corrupción? ¿Tanta hambre y miseria? ¿Tanta cursilería patriotera? ¿Tanto rojo en la ropa? ¿Tanta pomposidad en los nombres de los ministerios? Por ejemplo, ¿cómo procesar que hay un organismo que se llama “Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno”?

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Fin de año

Todo fin de año amerita un inventario de lo vivido. Un balance de lo hecho y lo no logrado. Una cuenta de lo ganado y lo perdido. Cuando cada venezolano haga ese inventario a propósito de lo que ha significado para su vida el año 2017 quedará devastado. Es, sin duda, un año de pérdidas. No hay venezolano de bien que no haya sido despojado de algo. De su propia vida. De la vida de un familiar o amigo. De su hogar o su libertad. De su salud. De la prosperidad de su empresa o negocio. De su capacidad adquisitiva. De su fe en la política. De su autoestima. Y hasta de su dignidad. Todos hemos perdido algo o muchas cosas a la vez. Por eso ha sido un año luctuoso. 2017 ha significado para nosotros el menoscabo de la vida. La merma absoluta de nuestra vocación para la sonrisa. Un año donde el país ha sufrido todo tipo de heridas: el hambre, la enfermedad, la violencia, la cárcel, el exilio o la muerte. Estamos abrumados por un presente vuelto estropajo. Aterrados por lo que el horizonte asoma.

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