La seriedad que somos
En días pasados, Nicolás Maduro se quejó de lo seria que se había vuelto la televisión venezolana. La aseveración no puede ser más cierta, pero viniendo del propio presidente de la republica entraña un cinismo insuperable. En rigor, todo el país se volvió más serio. Se volvió una tragedia. Y el sustantivo resulta tibio, la verdad. Un país sin alimentos ni medicinas, sin libertades ni derechos humanos, con sus cárceles atestadas de presos políticos, sus calles vacías y oscuras, su gente mezclando la basura con sus jugos gástricos, con las familias rotas y diciéndose adiós día a día, es muy difícil que no sea un país serio. A pesar de que, como lo dijo Isabel Allende en una entrevista que circula a cada tanto por las redes, el venezolano tiene una asombrosa capacidad para la alegría. Pero ya son demasiados años y demasiadas malas noticias. Ya la alegría es un artículo vintage. Se lo tragó la hiperinflación de la tristeza nacional.